Juan Rodríguez Titos, natural de Laborcillas (Granada), es Licenciado en Filología Hispánica, profesor e investigador. Miembro numerario del Centro de Estudios “Pedro Suárez”. Sus líneas de trabajo se encuadran en temas granadinos (la comarca de los Montes Orientales y mujeres granadinas, fundamentalmente). Ha publicado, como autor único, El Habla de los Montes Orientales (1996, dos ediciones), Mujeres de Granada (1998), Pedro Martínez, campo y cielo (1997), Moreda (1998), Píñar (2006), Laborcillas (2007), Enriqueta Lozano (2010), Mujeres de los Montes Orientales. El largo camino de la igualdad (2011), Testimonio de Pedro Martínez (2010), Colegio Nuestra Señora de la Consolación. 50 años educando en Granada (2012) y Montejícar (2014). Es coautor (con Ricardo Ruiz) de Guadix y su tierra, vol. 6 de la colección Granada en tus manos (Ideal y Diputación de Granada, 2005), (con César Girón y Cristina Viñes) de Granadinos del Siglo XX (Ideal, 2000) y de Las Huellas del Pasado. El olvidado patrimonio del Marquesado del Zenete (2011). Coordinó la preparación y edición de Vivir Granada (Ed. Planeta, 2003).
TESTIMONIO DE PEDRO MARTÍNEZ.
Ayuntamiento de Pedro Martínez, 2010
(Separata: Pedro Martínez entre 1931 y 1940)
La II República: un tiempo llamado esperanza
La mayoría de los pedromartineros ansiaba un cambio político porque no soportaban por más tiempo los abusos de los gobernantes y de los caciques. Juan García García (José Triana), lo dice muy claro en sus memorias: “En Pedro Martínez, don Manuel Cobo, Cayetano del Valle o don Manuel Valle habían mantenido desde siempre un control absoluto sobre su zona de influencia, ocupándose personalmente de la alcaldía o interviniendo en la mayoría de las decisiones del ayuntamiento para favorecer sus intereses. Los bandos municipales, dictados casi siempre por ellos mismos o por personas manejables, en raras ocasiones tenían en cuenta las necesidades de los pequeños propietarios y, menos aún, las de los campesinos sin tierras propias, abocados éstos a vivir pendientes de la benevolencia y generosidad de los más adinerados”. El abuso de una minoría y la “aceptación” por parte de muchos vecinos de Pedro Martínez, obligados por la mera supervivencia, venía de lejos. Un botón de muestra: en marzo de 1931 la Junta de Beneficencia de este pueblo tenía censadas 153 familias pobres de solemnidad, con derecho a la asistencia médico-farmacéutica gratuita, y había muchísimas más que sobrevivían con dificultades. En Pedro Martínez, como en tantos otros, había ansia de República, porque hacía mucha falta.
La II República ―ansiada por unos y detestada por otros, durante tanto tiempo― llegó a España por sorpresa, pues vino a materializarse de manera insospechada en unas elecciones municipales que, pretendidamente, iban a ser de puro trámite para los conservadores y con pocas expectativas de éxito para los republicanos. Aunque el resultado de las votaciones celebradas el 12 de abril de 1931 era favorable, en términos absolutos, a los monárquicos, era evidente que la realidad de España iba por otros derroteros. La victoria del movimiento republicano en la inmensa mayoría de las capitales de provincia y la certidumbre de que lo mismo habría pasado en el ámbito rural de no ser por la implacable imposición del caciquismo (como se pudo comprobar en la repetición del plebiscito del 31 de mayo siguiente), hicieron que el día 14 se declarara oficialmente la República.
Pedro Martínez, con un peso específico notable en las comarcas de Guadix y de los Montes Orientales, tanto por el número de habitantes como por la tendencia política de la mayoría de ellos, fue, de hecho, un punto representativo de todo el proceso. En las Elecciones Municipales del 12 de abril, salieron elegidos en este pueblo 5 concejales conservadores, 4 liberales y 2 independientes; era un resultado inaudito, falso a todas luces. Así, la mayoría de los pedromartineros acogió con alborozo el comienzo, aquel legendario 14 de abril de 1931, de un régimen en el que tenían puestas todas sus esperanzas de mejora. El fraude evidente en las Elecciones Municipales del 12 de abril hizo que se repitieran en Pedro Martínez ─como en otros 139 municipios de la provincia de Granada, de los 201 que había─, el 31 de mayo, y el resultado dio entonces un vuelco total: 6 concejales socialistas, 3 republicanos autónomos y 2 de la derecha liberal. El primer Ayuntamiento republicano de Pedro Martínez estaba formado por: Manuel Espínola Rodríguez (Alcalde), Manuel Caballero Montalvo, Gregorio Delgado Rodríguez, Antonio Vior Pérez, Manuel Molina Sánchez, Antonio Valle Titos, Antonio Manuel López Valenzela, Juan Miguel Delgado Titos, Clemente Valle Rienda, José Cazorla Espínola y Luis Pérez Martínez; era Secretario interino Manuel Burgos Fernández. Este ayuntamiento comenzó una andadura difícil, con el propósito de remediar una situación social que venía siendo objetivamente insostenible. Si con entusiasmo se acogió y se aclamó la llegada de la República, no fue menos el que se exhibió en Pedro Martínez, el 1 de mayo, Fiesta del Trabajo, día en que los pedromartineros se echaron a la calle, masivamente, para manifestar su alegría vestidos de limpio y con abundantes pancartas políticas. Ponto se cambió el nombre a varias calles del pueblo: la recientemente inaugurada y que cerraba la población por el E, se denominó C/ de la República, y la plaza de la iglesia pasó a llamarse de la Constitución.
Idénticos resultados que en mayo de 1931 hubo en Pedro Martínez en las Elecciones a Cortes Constituyentes celebradas el 28 de junio del mismo año –en una jornada electoral absolutamente tranquila–, pues el 93 % de los votos emitidos fueron para los candidatos granadinos de izquierdas. Unos días antes, habían acudido al pueblo dos candidatos, de signo contrario, para hacer campaña y atraerse el voto de los vecinos: por los conservadores vino Alfonso Labella, y por los republicanos, el médico pedromartinero don Rafael Casares trajo a un primo suyo, Rafael Martínez Casares, candidato del PSOE. El Partido Socialista tenía ya en el pueblo una base social fuerte, de hecho, en octubre de 1932 el Ayuntamiento de Pedro Martínez estaba compuesto por 6 concejales del PSOE, 3 de Partido Radical-Socialista y 2 de Acción Republicana; todos de izquierdas.
El movimiento social y político de izquierdas venía de lejos en Pedro Martínez. Ya en agosto de 1874 (en el siglo XIX) fue constituida en Pedro Martínez la Federación Local de la Asociación Internacional de los Trabajadores, perteneciente a la I Internacional (por cierto que, en el mapa de localidades granadinas que recoge las que tenían sociedades afiliadas a la I Internacional, aparece Pedro Martínez como único pueblo de toda la zona N, NE y S de la provincia). Hay constancia, igualmente, de que en 1923 existía una sociedad obrera anarquista adherida a la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) ─que se considera la continuidad de la Primera Internacional─, la única de este tipo, también en ese tiempo, en toda la comarca de Guadix. Cuando se proclamó la República, el PSOE era el único partido verdaderamente importante en Pedro Martínez, y los partidos propiamente republicanos no existían en el pueblo. En los primeros años republicanos, se constituyeron varias colectividades agrarias de la UGT y la CNT. Entre las sociedades formalizadas, figuran la Unión Obrera, (con 524 afiliados), la Sociedad Obrera “El Progreso” (afecta a la UGT, con unos 600 afiliados), Asociación de Obreros de la Tierra (con unos 700 afiliados) y la Sociedad Obrera de Oficios Varios (con 20 afiliados). En marzo de 1933 no había en este municipio ninguna asociación patronal (sí habían existido, con anterioridad, algunos asociaciones patronales, como la Sociedad Católica de Agricultores –documentada en 1926– y el Círculo de Labradores, que tenía unos veinte socios en 1930); unos meses después, se constituyó la Asociación de Labradores Arrendatarios (con 150 socios).
La militancia femenina en Pedro Martínez durante la II República –y la Guerra Civil, lo adelantamos– se encuadraba, mayoritariamente, en la órbita comunista (PCE y Juventudes Socialistas Unificadas). No obstante, la militancia más específica de estas activas mujeres se desarrolló a partir de una organización puramente femenina, la Agrupación de Mujeres Antifascistas de Pedro Martínez, fundada por Antonia Valle. Antonia, una de las muchachas más activas del pueblo (“revolucionaria”, según ella misma), se puso en contacto con Emilia Díaz (Secretaria Femenina del Partido Comunista de Valencia), para que la ayudara a organizar la Agrupación, en la que se integraron mujeres de varias tendencias ideológicas: comunistas, socialistas, de la CNT y sin partido.
Era grave y diversa la problemática existente y muchas las injusticias que debían ser corregidas, especialmente en el ámbito rural. Durante el primer bienio republicano, el Gobierno español ─por medio del Ministro de Trabajo, Largo Caballero─ tomó las primeras medidas (reforma agraria, bases de trabajo y laboreo forzoso), que se fueron implantando, en toda España, en un proceso lento. Afortunadamente, en la comarca de Guadix la reforma agraria comenzó a aplicarse casi de inmediato, o al menos eso es lo que se aparenta. Pero la falta de trabajo era una realidad palpable, acuciante. Por tanto, en agosto de 1931se produce el primer reparto de fondos públicos para los ayuntamientos en función del número de habitantes y de la calidad e importancia de los proyectos presentados. A Pedro Martínez le correspondieron en esa ocasión 3.458 ptas. Conforme pasan los meses se irá confirmando que la Reforma Agraria en la comarca tiene más de propaganda que de realidad: su demora y los resultados concretos provocaron bastante inquietud entre los sindicatos obreros. Sin embargo ─paradójicamente─, la aplicación de las reformas, aunque tímida, provocó el rechazo de la mayoría de los propietarios de la comarca y originó continuos enfrentamientos entre patronos y sindicatos a lo largo de todo el primer bienio, especialmente en lo que respecta a los “trabajos al tope”. Un ejemplo claro lo encontramos en el Cortijo de Monte Armín, donde el propietario Juan Molina, en octubre de 1931, denunció las coacciones sufridas en su finca por un grupo de obreros que se presentó en ella para exigirle el pago de unos jornales “no aprobados legalmente ─decía─ y la entrega de 384 fanegas de cebada, las que entregué para salvar las vidas de mi familia y la mía…”.
El enfrentamiento entre obreros y patronos era virulento y no se encontraba la forma de solucionarlo. Así, pronto se sucedieron las huelgas sindicales, de carácter local o comarcal. Veamos un caso concreto. En Pedro Martínez se convocó una huelga para el 2 de noviembre con el objetivo de impedir la sementera del cereal. Dicha movilización iba respaldada, según los propietarios y agricultores de la zona, “por una serie de asaltos que se están produciendo en los cortijos del término municipal”. En nombre de los afectados, el agricultor Cayetano Martínez denunciaba, en escrito al Ministro de la Gobernación, la connivencia del alcalde y los responsables del Centro Obrero con los braceros a la hora de conseguir mejoras salariales y laborales; argumentaba que utilizaban como recurso coactivo los trabajos al tope y “burlando leyes ─añadía─, abusando de la fuerza, me echan diariamente tres cuadrillas de obreros, con objeto, de arruinarme; cada cuadrilla lleva un aguador y caballería; más que trabajo parece zambra gitana; van surtidos de escopetas, trabajan por antojo y, como ayer, cogían piedras del monte y las amontonaban en la labor; me han gastado en pocos días cuatro o cinco mil pesetas, y como no tengo dinero para atender a lo que me exigen, dicen que me embargarán la cebada del pienso del ganado…”. Los representantes de los obreros, por su parte, se defienden aduciendo que los patronos no cumplen las leyes y “siguen actuando arbitrariamente con abusos continuos…y discriminan descaradamente a los obreros socialistas”. Ante esta situación, desde el Ministerio se cursarán instrucciones al Gobernador Civil para que concentrara en Pedro Martínez las fuerzas suficientes y actuaran contundentemente, en caso necesario, y trataran de evitar “la huelga general anunciada para el 2 de noviembre”. La situación, el día anterior, era muy conflictiva y se produjo una movilización de la guardia civil, que, al menos, calmó algo los ánimos; pero la huelga tuvo lugar, y se desarrolló de forma más o menos pacífica.
Pedro Martínez se hace notar
La elección de la Junta Comarcal de Reforma Agraria de Guadix (el 25/10/1931) suscitó el desacuerdo de los dos municipios más importantes (excluido el propio Guadix), Gor y Pedro Martínez. Desde Pedro Martínez, concretamente, la Sociedad Obrera dirigió un escrito de protesta, que no fue atendido. Más tarde (1932), la elección de la sede para ubicar el Jurado Mixto de Trabajo Rural del Partido Judicial, volvería a enfrentar a Guadix con Pedro Martínez. El periódico El Defensor de Granada publicó algunas noticias acerca de las necesidades de este municipio, quizá para justificar la necesidad de descentralizar algunos organismos, llevándolos a lugares socialmente desfavorecidos. En el periódico Luz, editado en la propia localidad de Pedro Martínez, se afirmaba en 1932 que “en numerosas ocasiones se han denunciado las carencias del pueblo, ya que aún no se ha instalado el telégrafo y teléfono, no hay agua potable y se necesitan más caminos y más escuelas”. Bastante fuerza hubieron de tener estos argumentos y, sin duda, el peso específico de las autoridades municipales, pues el Boletín Oficial de la Provincia publicó el 5/1/1933 la Orden del Ministerio de Trabajo estableciendo en Pedro Martínez la sede del mencionado Jurado Mixto para el Partido Judicial de Guadix. Esta decisión gubernativa motivó que el Alcalde accitano, Jesús Vergara, llevase a pleno una moción solicitando al Ministro de Trabajo que reconsiderara su dictamen, argumentando que Pedro Martínez estaba situado muy al norte de la comarca, pésimamente comunicado y “tiene un camino vecinal como único medio de enlace con los pueblos restantes”; además, añadía que “carece de hospedajes adecuados ─sólo tiene dos posadas─, es pueblo inferior a 4.000 habitantes, está desprovisto de telégrafo y teléfono, aislado en todos los sentidos del resto de la provincia y no es cabeza de partido…”; y por último solicitaba al Ministro que rectificara y concediera el Jurado a Guadix, “verdadero centro geográfico y político de la zona”. La Federación Provincial de UGT mostró su oposición a las pretensiones del alcalde accitano, ordenando a las organizaciones obreras que no secundasen ningún tipo de movilización que propiciase el cambio de sede. El responsable sindical Juan F. Rosillo llegó a afirmar que la sede en Pedro Martínez fue solicitada por una inmensa mayoría de las sociedades obreras del partido Judicial de Guadix, tesis que no apoyaba la agrupación socialista de Guadix, por lo que nombró una comisión, con su alcalde al frente, que se trasladó a Madrid para entrevistarse con el Subsecretario del Ministerio de Trabajo y reivindicar su solicitud. Pero, de momento, ni siquiera esa gestión en el centro neurálgico de la nación tuvo éxito.
La República en la calle
El día 1 de mayo (Día del Trabajo) mantendrá en Pedro Martínez en 1932 su carácter festivo-reivindicativo, como ocurrió recién estrenada la República. Pero, en este caso, con una participación ciertamente llamativa, que atrajo la atención de los medios de comunicación provinciales. El Noticiero Granadino, concretamente, se hizo eco del evento resaltando que “desde las 10 de la mañana, tuvo lugar una multitudinaria manifestación que partió del Ayuntamiento con la bandera tricolor y encabezada por el alcalde, concejales, juez, maestros y población en general”. Afortunadamente, quedó constancia fotográfica de este hecho, y en este libro publicamos una de las dos fotografías tomadas ese día en la calle Padre Manjón. “Por la tarde ─seguía diciendo el periódico─ se procedió a repartir 600 meriendas a los niños y una comida campestre para los mayores”. El gasto que hizo el Ayuntamiento con tal motivo fue de 266 ptas.
La importancia de regular unas bases de trabajo favorables a los braceros hace que durante los días finales de mayo de 1932, y hasta mediados de junio, la conflictividad laboral, disparada, llevara a la huelga en más de veinte municipios de Granada. Uno de ellos fue Pedro Martínez, en los primeros días de junio. Y, en esa línea, de nuevo fueron a la huelga los obreros del campo de este pueblo el 17 de octubre de 1933 ─con planteamientos bastante radicalizados y actuaciones duras, todo hay que decirlo─, para la concertación de las bases de trabajo específicas para las faenas de siembra, en la que la Guardia Civil hizo una redada de obreros que condujo a la cárcel. De poco sirvió la ley que regulaba la jornada laboral de un bracero en ocho horas (se suprime, teóricamente, la jornadas “de sol a sol”) y la subida de salarios de las 3 ptas. y media que se venían ganando a los dos duros. Gran regocijo produjeron estas medidas en Pedro Martínez, como la que obligaba a considerar tiempo de trabajo el empleado por los obreros en su traslado del pueblo al tajo, aunque estuviera en los cortijos, a una hora de camino a pie. Pero pronto naufragó la alegría.
La situación era difícil. Así, para paliar el excesivo paro obrero, cuando se podía se retomaban los trabajos para la construcción del camino a Villanueva de las Torres, que se eternizaba en el tiempo. Como curiosidad, diremos que en cierta ocasión, dada la precariedad de fondos del Ayuntamiento y la falta de jornales, el médico don Rafael Casares adelantó de su bolsillo 14.290 ptas. para los trabajos de dicho camino. En este tiempo también se llevó a cabo el deslinde del monte público del Cerro Mencal y la Jurisdicción. En mayo de 1932 se abrió la glorieta del Calvario, para lo cual tuvieron que ser derribados unos corrales, y se dio paso por ahí al camino de las Erillas, pues recientemente se había construido toda la fila de casas que cierra por el E la C/ Calvario (entonces llamada de la República). A propuesta de concejal Manuel Caballero, ya en mayo de 1933, se construyeron unas pilas para abrevadero de bestias en la fuente del Caño.
En los semanas previas a las Elecciones Generales de 1933 (19 de noviembre), los socialistas de Pedro Martínez ─y los representantes provinciales─ denuncian la parcialidad del Gobernador Civil de Granada con las actuaciones de la Guardia Civil. El propio Fernando de los Ríos envió un escrito al Ministro de la Gobernación en el que denuncia “la redada de obreros, redada absurda y totalmente caprichosa realizada en Pedro Martínez por el Capitán de la Guardia Civil enviado por el Sr. Gobernador, Capitán que había sido removido por el ex-ministro Sr. Casares del distrito de Guadix por las vejaciones terribles y constantes de las que hacía objeto al pueblo trabajador; esos hombres metidos en la redada siguen en la cárcel y se me informa se ha cometido la infamia, que le denuncio, de entregarlos al fuero militar, a ellos que no han tenido el más leve contacto con fuerza armada y su única falta, si la hay, es haber declarado una huelga sin previo aviso y realizado algún acto insignificante de coacción” (telegrama de 31de octubre de 1933).
En ese periodo, hubo un intento de “conquistar” ideológicamente al campesinado mediante una compleja táctica que venía enmascarada en un supuesto aumento de trabajo en el campo. Los obreros de Pedro Martínez no se dejaron engañar, y así se demuestra, por ejemplo, en el escrito de denuncia que la Sociedad Obrera “El Progreso” publicó en la prensa provincial, en mayo de 1933, en estos términos: “Hace próximamente un mes estuvieron en este pueblo los diputados derechistas señores Moreno Dávila, La Chica Damas y Ruiz Alonso, con el propósito de dar colocación a todos los parados, pero sin perder de vista que había que constituir el Comité de Acción Obrerista, filial de Acción Popular; y por mediación del presidente del Comité local, señor Ferrón Salas, se hicieron algunas gestiones cerca del presidente de la Sociedad obrera ‘El Progreso’, afecta a la UGT, para que se diera un cambiazo ingresando todos sus afiliados en Acción Obrerista”(El Defensor de Granada).
En tiempos de república, con el paso cambiado
En las Elecciones Generales de noviembre de 1933 obtuvieron la victoria las “fuerzas antimarxistas”, con lo que cambió radicalmente el panorama legislativo en España. Una de las primeras medidas fue cambiar la composición de los ayuntamientos, adecuándola al nuevo Gobierno. El día 4 de enero de 1934, el delegado del Gobernador Civil de Granada preside el pleno del Ayuntamiento de Pedro Martínez y nombra una nueva Gestora Municipal, del Partido Radical (republicanos de derechas), que tendrá, por otra parte, una corta vida; estaba formada por Cayetano Martínez del Valle (Presidente), Antonio Martínez Martínez, Pedro Martínez Delgado, Juan León Hervás, Antonio Herrera Fernández, Miguel Urbano Hernández y José Cazorla Rienda; días después, se nombró como secretario de dicha gestora a Ezequiel Mesas Galera. El cambio político en el consistorio se notó bastante, incluso en determinados gestos, como fue el cambio de nombre de las calles Fernando de los Ríos, que volvió a tomar su nombre primitivo (Reyes Católicos) y la dedicada al Dr. Casares, que se denominó Miguel de Cervantes. Pero el movimiento obrero, no cesa; en junio de 1934, UGT convocó huelga General de campesinos en defensa de las bases de trabajo, que fue muy secundada en las comarcas de Guadix y los Montes, y muy especialmente en Pedro Martínez. En esa situación, una dotación de la Guardia Civil, al mando del teniente de línea Manuel Martínez Martínez, consiguió, el 26 de octubre, que los vecinos de Pedro Martínez entregaron voluntariamente más de 100 armas entre escopetas, pistolas y armas blancas. No sólo se entregaron las armas, en realidad se entregó el pueblo entero, pues el nuevo régimen dio un paso atrás, de gigante, en todos los logros sociales conseguidos por los obreros. Se pretendía, eso sí, estar a bien con las fuerzas políticas gobernantes; así, en diciembre, el Ayuntamiento de Pedro Martínez nombra, solemnemente, “Ciudadano de Honor de Pedro Martínez a Alejandro Lerroux, Presidente del Consejo de Ministros” y también “Ciudadano de Honor de esta Villa al Sr. Gobernador Civil de Granada”.
Elecciones Generales de 1936
Para las Elecciones Generales de 1936, sólo se celebró un mitin en Pedro Martínez, el 4 de enero, a cargo de la coalición de derechas Acción Popular, en el que pronunciaron sendos discursos García Alix y Moreno Dávila. El mitin más multitudinario de esta campaña en la comarca de los Montes fue el de la coalición de izquierdas Frente Popular, en Moreda, el 11 de febrero, en donde se reunieron, según El Defensor de Granada, más de 10.000 personas. Se congregaron en la pequeña villa, según dicho periódico, simpatizantes de Iznalloz, Pedro Martínez, Píñar, Laborcillas, Huélago, Bogarre, Gobernador y Alamedilla.
Las elecciones Generales del 16 de febrero de 1936 dieron el triunfo, en el conjunto de España, al Frente Popular (coalición de todos los partidos republicanos de izquierdas). Pero no ocurrió así en algunas provincias, como Granada, donde las prácticas caciquiles, violentas ─amparadas por la Guardia Civil─ camparon a sus anchas, y el fraude llevó a un triunfo del Bloque Nacional de derechas. Eso fue lo que ocurrió en Pedro Martínez, en donde se dio por triunfadora, por amplia mayoría, a la coalición conservadora. Ese día, en Pedro Martínez, obtuvieron 1.315 votos Julio Moreno Dávila, Ramón Ruiz Alonso, Manuel Torres López y Francisco Herrera Oria, todos de la coalición de derechas; mientras que los de izquierdas sólo obtuvieron 143 votos. Pronto se denunció que había habido flagrantes irregularidades.
Pedro Martínez en las Cortes Generales de España
Hubo, en efecto, muchas y evidentes irregularidades. Precisamente en nuestro municipio, la decisión de un grupo de pastores de votar al Frente Popular, provocó las amenazas del alguacil del pueblo quien les advirtió que serían denunciados si el ganado se salía de las veredas. El Defensor de Granada (6 de febrero de 1936), dice en sus páginas que el pueblo era un gran secano sin pastos y que estos pastores solamente se limitaron a responder sobre sus intenciones de voto a requerimiento del propio alguacil. El fraude, efectivamente, era manifiesto, de forma que el mismísimo Fernando de los Ríos, Diputado por Granada, pronunció un discurso en la Cámara de los Diputados de las Cortes Generales de España, pocas semanas después, argumentado con los hechos acaecidos en Pedro Martínez y otros pueblos de la comarca. Dijo textualmente, entre otras cosas, lo siguiente: “¡Ah! Si nosotros examináramos lo que lleva consigo la votación del año 36 en comparación con la del año 33, veríamos que pueblos como Pedro Martínez y pueblos como la mayor parte de los que forman la llamada Zona de los Montes, pueblos absolutamente de jornaleros, pueblos de votos de nuestra causa, más que por razón de un ideal elaborado reflexivamente, por la intuición sentimental que les lleva a conmoverse con una promesa: la justicia; masa enteramente enclavada en nuestras organizaciones, y en esa Zona de los Montes los escopeteros de los que reiteradamente hablan actas notariales de presencia, no requeridas por el Sr. Corro, Sr. Rubio, sino por todos los candidatos, esos escopeteros echan a los hombres al monte, y van a las casas obligando a las mujeres a que vayan a votar a las derechas; y así, en pueblos como Laborcillas, que era un modelo la organización obrera, donde habíamos tenido casi todo el censo el año 33, hoy, en que la coyuntura de fe y de entusiasmo es infinitamente mayor, apenas si existe un voto: No sé si hay alguno a nuestro favor” (Diario de Sesiones de las Cortes, 31/3/1936). Tan grosera y palpable era la mentira, que se anularon las elecciones y hubieron de repetirse, entre otros lugares, en toda la provincia de Granada, el 3 de mayo. En Pedro Martínez el resultado dio un giro de 180 grados: 1.342 votos para Fernando de los Ríos y 1.171 para el resto de candidatos, todos de izquierdas.
El triunfo del Frente Popular resultaría, en todo el ámbito nacional, insoportable para quienes ni siquiera creían en la democracia. Y pronto se recrudecieron los problemas, materializados en encarnizados enfrentamientos. En Pedro Martínez, mientras los labradores denunciaban por medio del periódico Ideal que “habían sido objeto de presiones por parte del alcalde y dirigentes de la Sociedad Obrera Socialista para que firmasen un contrato de trabajo con segadores y peones de era sin atender a las necesidades reales de cada propiedad…”, los jornaleros respondían que todo eran “provocaciones de los patronos y de los fascistas”. Dos mundos enfrentados. Irreconciliables.
La Guerra Civil (1936-1939)
Irreconciliables, efectivamente, “las dos Españas” seguían dramáticamente enfrentadas. La vuelta al espíritu de izquierdas en las Cortes Generales dio alas a los impacientes braceros para reclamar, otra vez libremente, sus derechos, tanto tiempo esperados; pero, en ese afán vehemente, se cometieron, a menudo, excesos intolerables, en especial, contra los símbolos visibles del caciquismo ancestral y de la religión. En algunos casos, incluso, por simple revancha. Los perdedores, incapaces de aceptar una situación tan adversa, sólo buscaban el pretexto para deslegitimar el régimen. Eran dos mundos abocados a un radical desencuentro. No hubo cordura… Y, desgraciadamente, un grupo de militares, capitaneados por Franco, se levantó en armas para “salvar a la patria”. El Alzamiento Nacional, que se inició el 18 de julio de 1936, llevó a todos los españoles a una vergonzante guerra entre hermanos que habría de durar tres años. La barbarie reinó por doquier. También en Pedro Martínez. Ahí perdimos todos. ¡Tanto se perdió…!
Aunque no somos partidarios de revivir lo ocurrido durante los tres horribles años de vergonzosa guerra civil, pondremos aquí algunas noticias relacionadas con Pedro Martínez y con la contienda, porque forman parte de la historia de este pueblo, y la única intención de que sirvan de escarmiento. Dado que la documentación referida a este periodo ha desaparecido del Archivo Municipal de Pedro Martínez, utilizamos, principalmente, dos fuentes basadas en testimonios orales de los propios protagonistas: a) las memorias de José García García –conocido en Pedro Martínez como José Triana–, noveladas por su nieto Juan Fermín Martínez García, y que son, a nuestro entender, bastante fiables; y b) el estudio de Angelina Puig, titulado Mujeres de Pedro Martínez durante la Guerra Civil, realizado a partir de lo que le contaron en Sabadell las pedromartineras que vivieron la contienda en primera línea política.
Del inicio mismo de la guerra, el testimonio de José Triana resulta francamente interesante: “Después de analizar la complicada situación de aquel agitado 18 de julio –dice–, los vecinos que se habían congregado en el Centro Obrero de Pedro Martínez decidieron organizar un comité popular, al igual que se estaba haciendo en todas las poblaciones del resto del país. Éste sería el encargado de dirigir las acciones de defensa de la República, y lo formarían, entre otros, tres militantes del PSOE, uno de la UGT, uno de la CNT y José [Triana], como representante del PCE. Hasta que no se lograra controlar en el país a los militares rebeldes, las decisiones locales las tomaría el comité de común acuerdo con ‘el Trampillas’, quien además de ser el zapatero de la localidad, y no le iba nada mal el negocio, también ostentaba por aquel entonces el cargo de alcalde”. En realidad, fue don Rafael Casares Martínez, un republicano convencido, de izquierdas –aun siendo de una familia de derechas–, y muy respetado por los campesinos, quien, pocas horas después de estallar la guerra, indicó a socialistas, comunistas y sindicalistas la necesidad de agruparse y de formar un comité popular que se hiciera cargo de la coordinación, en Pedro Martínez, de la defensa contra los sublevados.
FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA EN PEDRO MARTÍNEZ
Como curiosidad, ponemos aquí la forma en que se constituyó por primera vez en Pedro Martínez el Partido Comunista de España, hecho acaecido unos meses antes del inicio de la guerra. Resulta que durante la campaña electoral para las elecciones a Cortes de febrero de 1936, se presentó en Pedro Martínez un representante del Partido Socialista de Granada e indicó a algunos afiliados locales lo conveniente que sería constituir en este pueblo una representación del PCE; convencidos, entre los mismos militantes socialistas surgió un grupo que fundó dicho partido en el pueblo (entre ellos estaban Juan García García –José Triana–, Juan Mónito, Moreno el Cano y Manuel Ortiz Castillo el Fraile), y tuvo su sede inicial en calle de la Cuna, en una vivienda deshabitada, propiedad del viejo Tío Cabila. El asesoramiento y la tramitación del proceso de constitución de dicha delegación del PCE corrieron a cargo de don Rafael Casares.
Pedro Martínez cayó en el bando republicano, pero Granada capital estaba en una situación difícil. El 23 de julio, sólo seis días después de iniciada la guerra, reunidos en la Casa del Pueblo de Pedro Martínez, los dirigentes políticos decidieron encaminarse a la capital, para defenderla, de forma que organizaron patrullas de milicianos, armados con lo que tenían a mano (escopetas, horcas, hoces, navajas), y se dirigieron a la Estación ferroviaria, a pie; cuando llegaron a la Estación, los empleados de RENFE les informaron de que la capital ya estaba tomada y dominada por los nacionales, y les sugirieron que se dirigieran a Guadix, el principal núcleo de población de la comarca, donde, al parecer, la Guardia Civil se había puesto del bando de los sublevados pero aún no se había hecho con el control de la localidad. Allá se dirigieron los pedromartineros y, unidos a otros muchos que acudieron de todos los pueblos cercanos, lograron la primera victoria, sin demasiados esfuerzos y sin apenas organización, contra los guardias rebeldes que se habían atrincherado en la catedral. Aquello les dio ánimos y concluyeron, erróneamente, que la victoria final estaría de su lado.
Unos días más tarde, todavía en julio, se reunió el Comité de Defensa de Pedro Martínez para tomar decisiones acerca de lo que se debería hacer. Como primer paso, pensaron que era fundamental prepararse para defender la República, y para ello se necesitaban armas, y las más a mano eran las que se guardaban en el cuartel de la Guardia Civil (ubicado en las inmediaciones de la plaza, en el lugar que hoy ocupa el antiguo Cine Ledy), pero desconocían de qué lado político estaba los guardias del puesto; para averiguarlo, los miembros del Comité decidieron enviar al cuartel un emisario. Así lo relata José García en sus memorias: “Los miembros del comité decidieron entonces enviar al cuartel un emisario que indicara al comandante del puesto las exigencias de los vecinos: la Guardia Civil debía entregar inmediatamente las armas al pueblo y ponerse a disposición de lo que éste ordenara a través de su nuevo órgano representativo. Para tal labor de correo escogieron a un vecino, Rogelio el Cochero, muy conocido en el pueblo por la tienda que poseía y por el coche, arrastrado por dos enérgicos caballos, con el que transportaba indistintamente mercancías o personas. Se trataba de un hombre de carácter dialogante que gustaba de razonar con la gente. El Cochero estaba muy vinculado a las personas de derechas y mantenía excelentes relaciones con los Cobo, los Del Valle y el resto de las familias más poderosas del pueblo. Sin duda, era el emisario ideal. Tras escuchar el mensaje que llevaba Rogelio, el brigada comandante del puesto hizo caso omiso de las exigencias de los revolucionarios. En cualquier caso, era imposible para la Guardia Civil acceder a las peticiones del comité y entregar las armas. Si aquellos guardias estaban del lado de los sublevados, evidentemente no las iban a entregar a sus enemigos. Y si estaban del lado del gobierno republicano, tampoco iban a desarmarse voluntariamente mientras no recibiesen órdenes de sus superiores”. Hubo un segundo y un tercer intento para que se entregaran las armas, por medio del mismo emisario, sin que variara un ápice la postura del comandante de puesto. Los miembros del Comité y muchos otros vecinos estaban convencidos de que, si querían las armas, tendrían que realizar un asalto al cuartel. Bastantes hombres se habían presentado ya en la plaza con escopetas, tercerolas y otras armas; algunos las consiguieron requisándolas en las casa particulares de los adeptos al Movimiento. El vecindario estaba impaciente; se envío de nuevo al emisario con un ultimátum: o se entregaban antes de las ocho de la mañana siguiente o se procedería al asalto al cuartel. Y llegó la hora fatídica…Era el 28 de julio, martes. Ante el cariz que había tomado la situación, el Comité de Defensa pasó a ser revolucionario o de Guerra. El cerco al cuartel era férreo, con hombres apostados en la misma iglesia (en cuya pared sur se abrieron agujeros a modo de aspilleras), en las casas de los alrededores y en los tejados, pero no había seguridad de poder vencer a los guardias, que estaban encerrados con sus familias. Conseguidos refuerzos de un teniente y algunos soldados republicanos, venidos desde Benalúa en un vehículo ligero, con una ametralladora, a primeras horas de la tarde se inició el asalto. Pronto, el cuartel estaba ardiendo por los cuatro costados, y los sitiados se rindieron. Un guardia municipal –uno de los falangistas más destacados de Pedro Martínez, conocido como Joseíco Pile– prefirió quitarse la vida antes de entregarse a los campesinos, rojos, de su mismo pueblo. Desde que comenzara el asalto al cuartel, a las ocho de la mañana, había transcurrido una larga y loca jornada. El éxito obtenido embriagó a los milicianos, y, algunos –exaltados, incontrolables– con la idea dar un aviso a quienes consideraban enemigos de la República (los ricos del pueblo y de los cortijos, la iglesia y los falangistas), decidieron poner un colofón a aquel día de victoria. De modo que decidieron comenzar por lo que más cerca tenían, la iglesia. Así, entraron a saco en el templo y sacaron a la plaza todas las imágenes religiosas que en él había; las amontonaron, junto a las ruinas del cuartel, y les prendieron fuego. Mientras ardían, alrededor de aquella “luminaria” un grupo de mujeres bailaba al son de la copla que se había compuesto y difundido por el pueblo tiempo atrás, que decía: “De Pedro Martínez ya se pueden / las beatas retirar, / que aquí no queremos / a las de Acción Popular”. Este acto, irracional, terminó en un abrir y cerrar de ojos con gran parte del patrimonio histórico de Pedro Martínez.
Las Memorias de José Triana, que venimos glosando, nos proporcionan interesantes datos de las primeras semanas de la guerra, especialmente, relacionados con la vida cotidiana en el municipio. Dice: “Conocedores los miembros del comité de que la recolección de las cosechas era fundamental para la economía del municipio, éstos habían tomado diferentes acciones encaminadas a evitar la paralización de la siega, en pleno apogeo cuando se produjo el alzamiento. Muchos de los grandes propietarios de la localidad habían huido precipitadamente a Granada en cuanto conocieron la noticia de la sublevación militar. Los grandes cortijos habían quedado poblados únicamente por los capataces, guardas, carreros, muleros, mozos de era y sirvientas que los señoricos tenían contratados. Pedro, el de Rejalgar, Ramales, primo de José, y otros experimentados vecinos del pueblo, todos ellos hombres de confianza del comité y curtidos durante largos años en los trabajos del campo, fueron colocados al frente de las labores a realizar en cada cortijo. El comité incautó desde el primer momento todas sus cosechas y, tras unos primeros días de confusión e incertidumbre, prosiguió en el pueblo la tradicional y necesaria siega del cereal. Los miembros del comité, al tiempo que confiscaban las tierras, aprovecharon para incautarse de cuantos bienes habían dejado en sus posesiones los propietarios huidos: escopetas y material de caza, graneros repletos de trigo procedente de la anterior cosecha, la fábrica de aceite de don Manuel Cobo o el reluciente y llamativo Chrysler de don Manuel Valle, el único coche que circulaba por las polvorientos calles y caminos de Pedro Martínez. También se habían hecho con una espléndida y gigantesca radio que, desde que fue requisada, permaneció encendida e informando a José y a sus compañeros de todo cuanto sucedía en el resto del país”. El comité disponía de una importante cantidad de grano que había que sacar a la venta, para lo cual una comisión encabezada por el Alcalde, José Gómez, viajó hasta la lejana ciudad de Alicante, en el coche requisado a don Manuel Cobo, conducido por Chauchea, el único pedromartinero capaz de conducir aquel extraño vehículo; tras cinco ajetreados días fuera del pueblo –con avería del vehículo incluida–, la comisión logró que el Gobernador Civil de la ciudad levantina se comprometiera a ingresar en una cuenta bancaria de Guadix 4.000.000 de ptas. a cambio del trigo, a razón de 28 céntimos por Kg de cereal, que sería depositado en los vagones de un tren que él mismo enviaría. Era dinero suficiente –y sobraría– para pagar a los jornaleros que habían recogido las cosechas.
Mucho más delicado que el problema de las cosechas sería para el Comité dar solución al encarcelamiento que habían realizado de los “ricos” del municipio –y algunos capataces y personas de su confianza– que no habían conseguido escapar a Granada. Encerrados en las escuelas, al único que se le permitió salir fue a Juan Molina (de Monte Armín), pues éste había comprado recientemente una máquina cosechadora –la primera que se veía por estos contornos– y era preciso que él mismo la manejara en la recolecta de la cosecha, pues nadie más sabía hacerlo. El problema de los presos se agravó cuando llegó al pueblo un teniente del ejército, con algunos soldados, y, tras narrar los “horrores y las fechorías” que dijo haber presenciado realizados por los nacionales en la ciudad de Granada, con ansia manifiesta de venganza –envalentonado, además, por el vino que tomó en la bodeguilla de Vítor–, propuso que se matara a todos los “fascistas” encarcelados. Presente en la taberna el médico del pueblo, don Rafael Casares, dijo al oficial que esa cuestión había que hablarla con el Comité Popular del pueblo, responsable de todas las decisiones políticas. La decisión no era fácil, pero, al final, para evitar conflictos con gentes como aquel oficial que llegaban al pueblo sedientos de venganza, el Comité decidió trasladar a los presos a la cárcel de Guadix.
Preocupaba también la forma en que se habría de dar continuidad a las labores agrícolas. Pronto llegó a Pedro Martínez la noticia de que se legalizaba la ocupación de tierras y que pasaban a ser propiedad de los campesinos que las trabajaran, como ya se había hecho en la provincia de Jaén y en diversos puntos de la comarca de los Montes Orientales en el comienzo de la República. El Comité de Guerra se puso en acción: en poco tiempo consiguió formar las colectividades en que se organizaron todas las tierras del término, con el fin primordial de gestionar adecuadamente las cosechas y los jornales.
Pero lo más grave de cuantas cosas ocurrieron en Pedro Martínez, durante la primera etapa de la guerra, fue el asesinato de Ángel del Valle Martínez y Francisco Martínez del Valle, del círculo de las familias más influyentes del pueblo. Así narra Juan Fermín Martínez este imperdonable hecho, y las circunstancias en que tuvo lugar, en las Memorias que venimos reproduciendo: “La muerte de Ángel del Valle y Francisco Martínez, primos entre sí, había tenido lugar durante los días de mayor agitación por los que había atravesado Pedro Martínez desde el asalto y la destrucción del cuartel de la Guardia Civil. En aquellas fechas se estaba procediendo al reclutamiento de milicianos para la formación de los batallones que deberían marchar contra Granada. El pueblo se hallaba repleto de hombres procedentes de todos los núcleos urbanos de la región, y todavía continuaban acudiendo muchos más. El comité tuvo que desalojar algunas de las viviendas más espaciosas de la localidad para instalar en ellas a tantos combatientes. Éstos llegaban cargados de ira y de rabia por los abusos e injusticias de que eran objeto los frentepopulistas en la capital de la provincia. Su único deseo era liberar la ciudad y acabar con los militares rebeldes y con todos los integrantes de los partidos de derechas que apoyaban la sublevación. Fue durante aquellos días, tan llenos de furia y de odio, cuando fueron descubiertos los primos Ángel y Francisco escondidos en el entabacado de la casa de María Ramona, la esposa del primero. Allí habían permanecido ocultos durante las últimas semanas, desde que advirtieron que el comité había ordenado la detención de las personas afines a las derechas. De esa manera lograron eludir la cárcel popular y mantenerse fuera del control que ejercía el comité en todo el término de Pedro Martínez. Sin embargo, una joven sirvienta de María Ramona los descubrió e informó de ello a los milicianos, quienes de inmediato registraron la vivienda y los apresaron. El tenso ambiente que se respiraba, la crispación y el odio hacia el enemigo hicieron, seguramente, que las autoridades de la localidad bajasen la guardia y se dejasen arrastrar por los instintos de muchos hombres llegados de fuera, deseosos en su mayoría de venganza y resarcimiento. Un día, al amanecer, aparecieron a las afueras del pueblo los cuerpos sin vida de Ángel Del Valle y de Francisco Martínez, cada uno de ellos con un disparo en la cabeza”. Tan lamentable suceso tuvo lugar el día 16 de octubre.
Las mujeres de Pedro Martínez, organizadas con anterioridad a la guerra, tuvieron durante la contienda, fundamentalmente, un papel de lucha antifascista, lo que lleva a Angelina Puig a afirmar, analizadas las actividades que realizaron, que los dirigentes varones no persiguieron tanto la transformación de las propias mujeres, en el sentido de romper los moldes establecidos que designaban papeles diferentes entre mujeres y hombres, como el incorporarlas a la vida pública por las necesidades específicas de la guerra. Dos fueron las tareas fundamentales que realizó la agrupación de mujeres de Pedro Martínez: pedir donativos en el pueblo y los cortijos circundantes para ayudar a las necesidades del frente, y organizar un taller colectivo de confección, cuya producción se destinaba, exclusivamente, a las necesidades de los soldados republicanos. Con el paso del tiempo, cuando la guerra absorbió cada vez más a los hombres de todas las edades, el pueblo empezó a notar la ausencia de sus campesinos. Las mujeres, entonces, se dedicaron a trabajar en el campo supliendo a los hombres.
Transcurrida la primera etapa de la guerra, tumultuosa y trágica, el resto fue de una relativa tranquilidad en Pedro Martínez, con las lógicas irregularidades que suponen, por ejemplo, la llegada de refugiados o la ausencia de la mayor parte de los hombres del pueblo. Así llegó el día primero de abril, y con él el fin de la terrible guerra y el comienzo de otra dura contienda, que habrían de sufrir, eso sí, sólo los republicanos.
La Postguerra: la revancha de los vencedores
Pedro Martínez había permanecido fiel a la República durante toda la guerra, por lo que de la victoria de Franco no se podía esperar nada bueno. En primer lugar, lo que correspondía era el traspaso de poderes. El acta de constitución de la Comisión Gestora de Pedro Martínez, fechada el 5 de abril de 1939, dice así: “El Oficial Primero del Cuerpo Jurídico Militar, D. Fernando Navarrete Margal, en nombre del General Jefe del Cuerpo de Ejército de Ocupación, nombra la Comisión Gestora provisional de esta localidad, formada por: Diego Membrilla Labrador (Alcalde), Antonio Jerez Ferrer, José Mª Martínez Muñoz y Manuel Ávalos Navarro (Concejales); Secretario: José Sierra Mesa”. Dos días después, esta Comisión Gestora acuerda dirigir telegramas de adhesión al “Generalísimo Franco”, al Ministro de la Gobernación y al Secretario Nacional del Movimiento de F.E.T. y de las J.O.N.S. En esa sesión se constituyen las nuevas Comisiones del Consistorio, presididas todas por el Alcalde: Hacienda; Beneficencia y Sanidad; Trabajo, Agricultura y Obras Públicas; Instrucción Pública; Gobernación y Personal. Al terminar la reunión, se pronuncia la consigna “¡España, Una! ¡España, Grande! ¡España, Libre! ¡Arriba España! ¡Franco, Franco, Franco!”, que fue contestada por los asistentes manifiestamente, puestos en pie. En sesiones posteriores de ese mismo mes “de la Victoria”, se lleva a cabo la depuración de funcionarios (para lo cual se nombra a Manuel Ávalos Navarro como instructor de los expedientes), con el criterio general de restituir en su puesto a quienes lo ocupaban antes del 16 de febrero de 1936, afines al régimen. Se emprenden sumarios de condena y “declarar sin efecto” todo lo realizado por los “ayuntamientos rojos” de esta localidad durante la República y la guerra. Se coloca una Cruz de los Caídos en la explanada sur de la Plaza, frente al “destruido cuartel de la Guardia Civil”, cuyo coste de colocación fue de 1.500 ptas. En octubre, por orden del Gobernador Civil, se constituye la Gestora definitiva, con los siguientes miembros: Diego Membrilla Labrador (Alcalde), Manuel Cobo del Valle, Adolfo Molina Soto, Pedro Martínez Delgado, Francisco Quesada Soto, Fernando Fernández Fernández, Antonio Miñán García, Antonio Delgado Fernández y Manuel Ávalos Morillas; será Secretario de la corporación Ezequiel Mesas Galera.
Desde el mismo día en que se comunicó la victoria de los nacionales, quienes habían estado en el bando republicano comenzaron a buscar su estrategia para evitar las represalias, que se intuían de la máxima crudeza. Algunos no volvieron al pueblo, otros sí lo hicieron pero se mantuvieron escondidos, otros emigraron a lugares seguros… El peligro era evidente. El periódico Ideal había publicado insistentemente la obligatoriedad de los ciudadanos de cooperar con el nuevo régimen revelando el paradero de quienes habían formado parte de las organizaciones políticas o sociales durante la República y la guerra, e, incluso, se ofrecían recompensas. En Pedro Martínez, las nuevas autoridades, apoyadas por Falange, desplegaron una intensa labor de persecución, busca –con registros en casas particulares incluidos–, captura y encarcelamiento de cuantos consideraban contrarios al franquismo. En principio, fueron encerrados en la cárcel municipal del pueblo y en la misma Casa del Pueblo (sede del Partido Socialista, llamada popularmente el Tarivel, en el nº 7 de la C/ Calvario), hacinados; pero pronto fueron demasiados los prisioneros, de modo que, los de toda la comarca, fueron encerados en las fábricas de azúcar de Benalúa y de Guadix, transformadas en improvisados campos de concentración. De inmediato, vendrían las palizas sin piedad y… los fusilamientos. Muchos pedromartineros salvaron la vida gracias a las intercesiones, ante los jueces militares, de don José Vílchez Montalvo (ilustre pedromartinero, digno de todo elogio, conocido en el pueblo como Pepe Flores), quien en 1936 había sido elegido compromisario por la provincia de Granada para la elección de Presidente de la República, aunque finalmente no participó en la votación.
Con la victoria franquista, empezó una clara ofensiva también contra las mujeres que se habían destacado. El papel tradicional destinado a ellas estaba bien definido, y la voluntad de los vencedores fue devolverlas a su lugar tradicional, con toda la fuerza de la violencia. Aquellas que empezaron a luchar por una vida más justa e igualitaria, con la llegada de las autoridades fascistas al terminar la contienda, fueron denunciadas y encausadas, no por haber estado en una organización política republicana, sino por “haber alentado a quienes destruyeron el Cuartel de la Guardia Civil y destrozaron la iglesia de Pedro Martínez, asaltaron a la guardia civil de Guadix, hicieron innumerables registros y saqueos…” (dicen los atestados que tuvieron que firmar las mujeres, presionadas por las circunstancias). Las metieron en la cárcel, pero antes tuvieron que sufrir humillaciones complementarias, ya que no sólo eran adversarias políticas que debían ser eliminadas, sino, principalmente, por ser mujeres que tuvieron la osadía de atreverse a desafiar una moral y unas costumbres que reducían la razón de ser de su sexo a la práctica de unas tareas estrechas y exclusivamente ligadas a la familia. Sufrieron, en opinión de Angelina Puig, dos clases de castigos: uno por su opción ideológica, otro por razón de su sexo. Efectivamente, fueron peladas al cero y obligadas a pasear por el pueblo mostrando la cabeza rapada y portando carteles denigrantes. Así ocurrió con un buen grupo de mujeres encabezadas por Antonia Valle (conocida como la Antonia de la Eustoquia, fundadora de la Asociación de Mujeres Antifascistas de Pedro Martínez), quien las menciona en la forma en que eran conocidas en el pueblo: “Josefa del Frasquillo Guaix, la Trini del Barbero, Virginia del Barbero (que era mu guapetona), la Tía de los pozos, la Dolores, la Praíca, la Encarna la Terrera, la María del Catanico, la Carmen (que le decían la Tetúa, porque era mu gorda ella) y la Enriqueta del Tribucio”. Un castigo tan humillante es, en opinión de Angelina Puig, una agresión reservada exclusivamente a las mujeres por el hecho de ser el cabello un elemento esencial en la estética y la personalidad de las mujeres –en el ideal tradicional de belleza femenina, fundamentalmente–, pues raparlas toma un claro sentido simbólico de arrebatamiento de los atributos femeninos; mostrarlas al escarnio público, además, significa tratarlas de “mujeres públicas”, de prostitutas. El trato que se les dio fue de auténticas esclavas, obligándolas a realizar faenas sin remuneración, y sin compasión, en las casas de algunas afectas al Régimen. Tres de ellas murieron en la cárcel.